El 5 de julio de 1955, en la ciudad costera de Beira, en el centro de Mozambique, nació Mia Couto, seudónimo de António Emílio Leite Couto, uno de los escritores africanos más importantes del continente. En 2013 recibió el Premio Camões, la más alta distinción literaria en los países de habla portuguesa. Es el único escritor africano elegido para la Academia Brasileña de las Letras. Hace poco ha sido investido doctor honoris causa por la Universidad del Estado de São Paulo Júlio de Mesquita Filho (Unesp).
Con más de 15 obras publicadas, la mayoría novelas, el autor mozambiqueño explora la identidad cultural africana en su trabajo. Además es poeta y periodista.
Comenzó a ejercer el periodismo en 1974, en un momento en que Mozambique estaba a punto de lograr su independencia. ¿Cómo fue ejercer el oficio en esa época?
Todo era diferente. El país, los medios, los periodistas, el contexto regional e internacional. Me hice periodista por gusto, pero también por militancia. Me instruyeron para trabajar en un periódico. No era algo tan extraño para mí. Mi padre también era periodista y mi hermano mayor ya trabajaba en "Notícias" cuando yo empecé a trabajar en "Tribuna" en 1974.
Tribuna era un periódico vespertino con ciertas pretensiones de oposición política al régimen colonial. El director fue el gran poeta Rui Knopfli. José Craveirinha y Luís Bernardo Honwana habían trabajado allí. Yo estuve en una generación de jóvenes mozambiqueños como Luís Patraquim, Julius Kazembe, Ricardo Santos, Benjamim Faduco. Había un sentido de misión y un compromiso político unánime. Era allí, en la sala de redacción, donde queríamos estar todo el día, sin importar el tiempo ni el salario. Había un propósito nacional de conquista. Hubo una revolución socialista que nos entusiasmó. Eran otros tiempos. Yo mismo no repetiría esa hazaña.
¿Qué le hizo dejar el periodismo y abrazar la escritura literaria?
Dejé de creer en la verdad de la causa que me había llevado a dejar los estudios universitarios y a renunciar a mi sueño de ser psiquiatra. Pero no tengo ningún resentimiento. Al contrario, estoy en deuda con esa época de revolución. No obtuve ningún beneficio personal, pero crecí como persona, sabiendo que solo soy quien soy por mi relación con los demás. Y allí, el periodismo era una escuela importante. Me enseñó a leer este inmenso país, con su enorme diversidad y complejidad.
El trabajo periodístico fue, pues, una escuela para mi práctica literaria. En el sentido técnico del término de saber que estaba escribiendo para alguien; la presencia de ese destinatario era casi inmediata. Y también en el sentido más profundo del término: hacía entrevistas y reportajes para revelar la existencia de personas y sus historias de vida. Ya tenía, sin saberlo, un pie en la literatura.
Hace más de 30 años que dejaste de ser periodista. ¿Qué transformaciones piensas que ha sufrido el periodismo?
Han habido cambios profundos en el periodismo a nivel mundial. En el caso de Mozambique, fue bueno que aparecieran medios de comunicación independientes. Algunos cuestionan ese término, "independiente", porque habrá alguien detrás de ellos. Aunque sea así, es bueno que haya diferentes poderes con capacidad para producir diferentes puntos de vista.
Sin embargo, creo que ha disminuido mucho lo que considero el corazón del periodismo: los reportajes y el periodismo de investigación. La mayor parte del espacio informativo en la radio y la televisión y la mayor parte del espacio en los periódicos está ocupada por tertulianos y creadores de opinión. Ahora bien, los propios lectores y espectadores deben tener derecho, en primer lugar, a acceder a la información que resulta del trabajo de buenos profesionales. No necesitan que se les entreguen opiniones masticadas sobre hechos que a veces no se informan adecuadamente.
El periodismo se ha visto "invadido" en los últimos años por "influencers" de noticias y por la desinformación. ¿Qué puede decir sobre ambos fenómenos?
En verdad se ha producido un empobrecimiento general de la producción y el debate de ideas en toda la sociedad. El pensamiento se ha convertido en mercancía barata. Ha dejado de ser crítico y productivo. El clima general de intolerancia y polarización política ha sustituido el debate por el insulto, la búsqueda de la verdad por la producción de calumnias y el miedo. Será difícil salir de esta situación porque las "fake-news" son rentables ideológica, monetaria y políticamente. Los políticos populistas y los dictadores de extrema derecha se benefician de este entorno de crisis y guerra permanentes. Nadie quiere saber las verdaderas causas de un fenómeno social. Quieren saber quién es el culpable.
La libertad de prensa en Mozambique es nueva y está entrelazada con la propia democracia, también emergente en el país. ¿Es efectiva esta libertad?
Es formalmente efectiva. Pero hay que decir que fue en el marco de esa libertad donde fueron asesinados periodistas como Carlos Cardoso. Otros han sido amenazados y acosados. Estas amenazas no siempre provienen del poder político, sino de gente poderosa que se siente impune. No puede haber libertad de información y, al mismo tiempo, libertad e impunidad para los que maltratan a los periodistas.
A menudo, esta relación de amenaza no se manifiesta contra los individuos. Pero el propio mercado dicta reglas poco democráticas. Por ejemplo, en la mayoría de los periódicos, revistas, programas de radio y televisión, el espacio para el arte, la cultura y la defensa de los derechos civiles se ha reducido y agotado.
Carlos Cardoso, asesinado en 2000, es considerado como uno de los símbolos del periodismo de investigación en Mozambique. ¿Cómo valora el periodismo de investigación hoy en día?
Creo que el periodismo no ha sobrevivido en la mayoría de los países. Creo que el miedo ha ganado. Después de años en los que reinaron las amenazas contra cualquier autor de una investigación periodística, sin importar su calidad, es difícil que ese periodismo sobreviva. Hace mucho tiempo que no veo un buen artículo de investigación, ni en Mozambique ni en la mayoría de los territorios donde se busca información. Solo quedan los grandes canales como la BBC y Al Jazeera. E incluso en esos casos, uno se da cuenta de que hay un estrecho margen en el que el periodista puede extenderse.
¿Cómo se lleva con la fama?
La fama es un veneno, una adicción que puede alejarnos de nosotros mismos y de la gente. Es muy triste ir a una escuela, por ejemplo, y ver a los niños fascinados por el hecho de poder tener fama y ser exitosos. Tal vez eso ocurre porque vivimos en un mundo en el que la mayoría de la gente está condenada a vivir toda una vida sin brillo ni visibilidad. Y todo vale en esta lucha ilusoria por alcanzar la fama.
Hay personas que me saludan y felicitan y no saben nada de lo que hago, nunca han leído una línea de lo que he escrito. Tiene su lado bueno, que es la ilusión de que vives en un pueblo donde la gente se reconoce y está cerca. Pero es una mentira, porque la mayoría no saben quiénes somos los escritores o los artistas. Y lo que es más grave, los artistas no siempre quieren conocer a la persona que les saluda y se declara fan. No quiero tener fans. Quiero conocer gente y descubrir amigos.
¿Qué consejo daría a los nuevos periodistas?
Que tengan respeto por la verdad. Y defiendan esa verdad a toda costa. No deben dejarse comprar. El periodismo tiene que recuperar su papel en la construcción de un mundo mejor.