La desinformación entendida como la práctica de combinar información real y falsa con el objetivo de engañar a un gobierno o influir en la opinión pública, tiene sus orígenes en la Unión Soviética. Pero ya no es dominio exclusivo de las agencias de inteligencia gubernamentales.
El panorama actual de la desinformación ha evolucionado hasta convertirse en un mercado en el que se contratan servicios, se paga a trabajadores y se compran y venden opiniones desvergonzadas y lectores falsos. Esta industria está surgiendo en todo el mundo. Algunos de los actores del sector privado se mueven por motivos políticos, otros por beneficios y otros por una mezcla de ambos.
Empresas de relaciones públicas han contratado influencers de redes sociales en Francia y Alemania para difundir falsedades. Funcionarios políticos han contratado personal para crear cuentas falsas de Facebook en Honduras. Y los influencers de Kenia que se mueven en Twitter cobran 15 veces más de lo que muchas personas ganan en un día por promover hashtags políticos. Investigadores de la Universidad de Oxford han encontrado actividades desinformativas patrocinadas por el gobierno en 81 países y operaciones de desinformación del sector privado en 48 países.
Corea del Sur ha estado a la vanguardia de la desinformación online. Mientras que las sociedades occidentales comenzaron a preocuparse por el fenómeno en 2016, a raíz de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el Brexit, en Corea del Sur la primera operación formal de desinformación data de 2008. Como investigadora de las audiencias digitales, he descubierto que la trayectoria de la desinformación en Corea del Sur, que ya tiene 13 años, muestra de qué modo la tecnología, la economía y la cultura interactúan para permitir que dicha industria florezca.
Lo más importante es que la experiencia de Corea del Sur ofrece una lección para Estados Unidos y otros países. El poder definitivo de la desinformación se encuentra más en las ideas y las memorias a las que una sociedad determinada es vulnerable y en lo propensa que es a alimentar la rumorología, que en las personas que desinforman o las técnicas que utilizan.
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De la política sucia al negocio sucio
El origen de la desinformación surcoreana se remonta al Servicio Nacional de Inteligencia (NIS) del país, equivalente a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. El NIS formó equipos en 2010 para interferir en las elecciones nacionales atacando a un candidato político al que se oponía.
El organismo contrató a más de 70 trabajadores a tiempo completo que gestionaban cuentas falsas, o las llamadas sock puppets. La agencia reclutó a un grupo llamado Team Alpha, conformado por civiles a tiempo parcial que tenían intereses ideológicos y financieros en trabajar para el NIS. En 2012, la escala de la operación había crecido hasta los 3.500 trabajadores a tiempo parcial.
Desde entonces, el sector privado también ha entrado al negocio de la desinformación. Por ejemplo, una oscura empresa editorial dirigida por un influyente bloguero estuvo involucrada en un escándalo de manipulación de opinión entre 2016 y 2018. El cliente de la empresa era un estrecho colaborador político del actual presidente, Moon Jae-in.
A diferencia de las campañas de desinformación impulsadas por el NIS, que utilizan la desinformación como herramienta de propaganda para el gobierno, algunos de los actores del sector privado son camaleónicos y cambian de posición ideológica y temática en pos de sus intereses comerciales. Estas operaciones han logrado una mayor rentabilidad que las operaciones gubernamentales utilizando hábilmente bots para amplificar un falso engagement, involucrando a emprendedores de las redes sociales como YouTubers y subcontratando a trabajadores baratos para que se dediquen al trolling.
Narrativas que tocan una fibra sensible
En Corea del Sur, la retórica de la Guerra Fría ha estado presente en todos los tipos de operaciones de desinformación. Las campañas suelen presentar el conflicto con Corea del Norte y la batalla contra el comunismo como el centro del discurso público en el país. Pero la realidad es que las encuestas a nivel nacional pintan un panorama muy diferente. Por ejemplo, incluso cuando la amenaza nuclear de Corea del Norte estaba en su punto más álgido en 2017, menos del 10% de los encuestados eligió ese conflicto como su preocupación prioritaria, en comparación con más del 45% que seleccionó la política económica.
A través de todo tipo de proveedores y técnicas, la desinformación política en Corea del Sur ha amplificado el nacionalismo anticomunista y denigrado la diplomacia dócil de la nación hacia Corea del Norte. Mi investigación sobre los rumores en las redes sociales de Corea del Sur en 2013 demostró que la retórica de la desinformación continuó incluso después de que la campaña de desinformación formal terminara, lo que indica lo poderosos que son estos temas. Hoy, mi equipo de investigación y yo seguimos viendo referencias a lo mismo.
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Los peligros de la industria de la desinformación
La industria de la desinformación se nutre de los tres pilares de la actual industria de los medios digitales: la economía de la atención, las tecnologías algorítmicas y computacionales, y la cultura participativa. En los medios de comunicación online, la moneda más importante es la atención de la audiencia. Métricas como el número de páginas vistas, los "me gusta", los "compartidos" y los comentarios cuantifican la atención, que luego se convierte en capital económico y social.
Idealmente, estas métricas deberían ser producto del engagement o la participación espontánea y voluntaria de los usuarios de la red. Las operaciones de desinformación suelen fabricar estas métricas utilizando bots, contratando a influencers, pagando por el crowdsourcing y desarrollando trucos para jugar con los algoritmos de una plataforma.
La expansión de la industria de la desinformación es preocupante porque distorsiona la percepción de la opinión pública por parte de los investigadores, los medios de comunicación y el propio público. Históricamente, las democracias han confiado en las encuestas para conocer la opinión pública. A pesar de sus limitaciones, los sondeos realizados por organizaciones creíbles, como Gallup y Pew Research siguen rigurosos estándares metodológicos para mostrar la distribución de las opiniones en la sociedad de la manera más representativa posible.
El discurso público en las redes sociales ha surgido como un medio alternativo para evaluar la opinión pública. Las herramientas de análisis de la audiencia digital y del tráfico web están ampliamente disponibles para medir las tendencias del discurso online. Sin embargo, las personas pueden ser engañadas cuando los proveedores de desinformación fabrican opiniones y amplifican falsamente las métricas sobre las mismas.
Mientras tanto, la persistencia de las narrativas nacionalistas anticomunistas en Corea del Sur demuestra que las elecciones retóricas de los proveedores de desinformación no son aleatorias. Para contrarrestar la industria de la desinformación dondequiera que surja, los gobiernos, los medios y el público deben comprender no solo el quién y el cómo, sino también el qué: las ideologías controvertidas y los recuerdos colectivos de una sociedad. Estas son las monedas más valiosas en el mercado de la desinformación.
K. Hazel Kwon es profesora asociada de Periodismo y Audiencias Digitales en la Universidad Estatal de Arizona.
Este artículo fue publicado en The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lee el artículo original.
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