Buena parte de la investigación acerca de la lucha contra la desinformación a través del fact-checking proviene análisis de países individuales de Norteamérica, Europa y Oceanía. Al confiar excesivamente en los países occidentales, educados, industrializados y ricos para obtener datos, ¿se llegó a afirmaciones acerca del fact-checking que no se sostendrían en otras naciones? Dos investigadores, Ethan Porter, de la Escuela de Medios de Comunicación y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington, y Thomas J. Wood, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Ohio, quisieron averiguarlo.
En el estudio, publicado el martes pasado, los investigadores describen cómo llevaron a cabo experimentos simultáneos de fact-checking en cuatro países —Argentina, Sudáfrica, Nigeria y el Reino Unido— que "difieren notablemente en cuanto a educación, economía y etnia", para ver si el poder para reducir creencias falsas era trasladable de país en país.
A los participantes se les presentó 22 afirmaciones diferentes, incluidas la afirmación falsa de que el agua salada "mata " al SARS-CoV- 2 y de que hay un "enfriamiento global". Un grupo fue asignado al azar para recibir información falsa, otro grupo recibió información falsa seguida de una verificación, y un tercer grupo fue el control. A cada grupo se le encomendó la tarea de identificar si una afirmación era verdadera o falsa.
Hallazgos prometedores
El fact-checking funcionó. Los participantes que leyeron los chequeos después de estar expuestos a la información falsa mostraron "mejoras significativas en la precisión" de sus creencias en los diferentes países. Por término medio, las verificaciones aumentaron la precisión en 0,6 puntos en una escala de 5 puntos.
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Los resultados también fueron duraderos. Más de dos semanas después de que los participantes leyeran los chequeos, al menos una parte de su efecto seguía siendo detectable.
La exposición a la información falsa no disminuyó la exactitud de las creencias de modo significativo: solo 0,07 en la misma escala de 5 puntos. Sin embargo, los autores señalan que los resultados probablemente reflejan "el límite más bajo de los efectos de la desinformación" porque su presentación no incluyó otras señales (por ej., una fuente que el participante conoce) que suelen acompañar a la desinformación en la vida cotidiana.
Si bien el estudio mostró que el fact-checking mejoraba la exactitud de las creencias más de lo que la desinformación las degradaba, los investigadores señalaron que el efecto de la desinformación sobre el COVID-19 era el mayor de todos los ejemplos de desinformación que estudiaron. "Por el contrario, y de especial relevancia en este momento, la desinformación sobre el COVID-19 degradó las creencias factuales y precisas sobre el COVID-19 en tres de los cuatro países", señala el informe (el Reino Unido fue la excepción).
Este último hallazgo es solo una de las razones por las que las principales organizaciones de fact-checking de África se centran en la lucha contra la desinformación sobre el COVID-19. Ann Ngengere de Viral Facts, Rabiu Alhassan de GhanaFact, y Rose Lukalo-Owino y Enock Nyariki de PesaCheck, hablaron recientemente en un evento de Code For Africa sobre los desafíos que han enfrentado y las lecciones que han aprendido durante la pandemia.
La incertidumbre que rodea al virus puede hacer que seamos más propensos a creer falsedades sobre el tema, dijo la moderadora y editora de PesaCheck Cathy Imani.
"Hemos visto a gobiernos, autoridades e influencers dar información contradictoria y errónea, y a veces incluso compartir creencias extrañas o afirmaciones extravagantes", dijo Imani. "Como ocurre con lo que consideramos misterioso o enigmático, tendemos a llenar el vacío utilizando información que ya tenemos. Así entran en juego las suposiciones, las creencias y los prejuicios. Y sabemos que si estas cosas no se controlan, acaban haciéndose virales".
La desinformación puede propagarse tan rápidamente como el propio COVID-19, perturbando campañas de salud pública, economías, elecciones y (por supuesto) vidas individuales. Al principio de la pandemia, gran parte de la desinformación sobre la enfermedad aludía a las formas de transmisión del virus, sus síntomas, su origen y la mejor forma de tratarlo. Hoy en día, dijo Ngengere de Viral Facts, la mayor parte de la desinformación se centra en las vacunas. El mejor fact-checking trata de anticiparse a las preguntas del público, dijo. Es una de las razones por las que ella recomienda la elaboración de explicadores.
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"Si no se aborda el vacío informativo apenas surge, se tiene el problema de intentar desacreditar cuando la gente ya empezó a compartir la información falsa", dijo Ngengere. "Es muy, muy difícil intentar difundir información precisa una vez que la desinformación ha empezado a circular, porque se convierte en viral muy rápido. Resulta difícil amplificar la información precisa y conseguir la misma visibilidad y engagement que la desinformación que se intenta desmentir".
Los verificadores del panel hicieron hincapié en la importancia de hacer alianzas, señalando colaboraciones con periodistas de radios comunitarias locales a los que han formado para detectar desinformación y los programas de alfabetización digital para el público. También se apoyan mutuamente para comparar lo que otros verificadores están viendo en sus regiones, como una forma de anticiparse a las falsas creencias que pueden estar arraigando en sus propias comunidades.
Una de las amenazas que están siguiendo de cerca son los videos procedentes de países occidentales —originalmente en inglés— que los difusores de desinformación traducen a las lenguas locales o añaden comentarios. Muchas de las tecnologías de inteligencia artificial para identificar la desinformación en las redes sociales y en WhatsApp funcionan con el inglés y el francés, pero no tanto con idiomas como el swahili, lo que hace más difícil detectar automáticamente la desinformación en las lenguas locales.
Code For Africa afirma que seguirá organizando paneles sobre las mejores formas de combatir la desinformación. Consulta su Twitter para conocer las novedades.
Este artículo fue publicado originalmente en Nieman Lab y es reproducido en IJNet con permiso.
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