La población de Ucrania lleva más de 10 años en guerra, dos de ellos marcados por una invasión a gran escala que ha causado decenas de miles de muertos, desplazamientos masivos y la ocupación, hasta ahora, de un tercio del territorio del país. Miles de periodistas y editores atraviesan los mismos problemas que la población a la que sirven y experimentan una presión extra debido al aumento de sus responsabilidades sociales y al estrés que supone informar sobre el trauma.
El problema es de gran magnitud. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud y el Ministerio de Sanidad ucraniano, entre 10 y 14 millones de ucranianos necesitan apoyo psicológico, y muchos mostraban síntomas de trastorno de estrés postraumático (TEPT), en mayo de 2023. Más allá de las cifras oficiales, la necesidad puede ser aún mayor.
Una encuesta realizada en 2022 por el Foro de Medios de Comunicación de Lviv, reveló que el 36% de las redacciones ucranianas consideraban que la asistencia psicológica era una de las principales necesidades. A pesar de la buena disposición de organismos internacionales para ofrecer asesoramiento, existe incertidumbre sobre la eficacia y la idoneidad de los diversos formatos de apoyo. Ucrania también se enfrenta a una escasez crítica de profesionales.
Los periodistas están más expuestos a presiones emocionales que otros profesionales. Tienen que pasar por sucesos traumáticos una y otra vez si la cobertura así lo requiere. Los reporteros gráficos corren un riesgo especial porque deben revisar el material con sucesos traumáticos docenas o cientos de veces para editarlo y publicarlo.
Cada vez que la Fundación 2402 imparte formaciones de seguridad en Ucrania, hablamos con periodistas y editores sobre los riesgos que corren al informar sobre temas relacionados con la guerra y cómo mitigarlos. Esta es la parte esencial de cualquier formación sobre seguridad, porque si no eres consciente de los riesgos, puedes encontrarte en el frente, presa del pánico, intentando desembalar un torniquete para ponérselo a una pierna herida. Y pasa muy seguido.
También preguntamos a nuestros participantes por su salud mental. No se trata de una investigación oficial, pero los datos son reveladores: uno de cada dos trabajadores de los medios reconoce tener ataques de pánico, signos de depresión, agotamiento o todo junto. Mientras no haya un final previsible para la invasión rusa de Ucrania, la psicoterapia relacionada con el trauma no parece tener mucho sentido porque la gente sigue viviendo en un entorno traumático. Al mismo tiempo, se comprende que no disponemos de suficientes terapeutas bien formados que puedan atender a este número de periodistas desestructurados.
El estrés corrosivo de las zonas de conflicto no solo amenaza el bienestar individual, sino que también compromete la integridad de la producción periodística. No es fácil hacer periodismo imparcial en tu propio país mientras cohetes y drones vuelan cada día sobre tus calles y el Kremlin aterroriza con amenazas nucleares. Y si bien no es imposible, para reportear los periodistas deben ser capaces de gestionar sus emociones y tomar decisiones informadas, porque el producto final aparece ante los ojos de un público en gran medida traumatizado y ansioso, al que, también debido a problemas de salud mental, le resulta más difícil distinguir la mentira de la verdad o la honestidad de la conspiración.
La información se ha convertido en una herramienta tan poderosa que puede influir en la toma de decisiones de países enteros a muy corto plazo. Está claro que la verdad se convirtió en un arma y un objetivo militar, y los periodistas en uno de los blancos más deseables. Por eso murieron tantos periodistas en Ucrania al comienzo de la invasión en 2022 y en la Franja de Gaza en 2023-24. Por eso, el corresponsal del WSJ Evan Gershkovich está encarcelado en Moscú, y muchos periodistas rusos y bielorrusos acabaron en prisión en los últimos dos años. Incluso más periodistas ucranianos abandonaron la profesión porque no podían soportar la presión y otros se fueron a servir al ejército.
El acoso en línea también ha aumentado. Destacados periodistas de todo el mundo son agredidos por trolls, políticos y personajes públicos por hacer su trabajo. La guerra no hizo sino reforzar esta tendencia, ya que estos ataques han demostrado su eficacia para silenciar voces, mientras que las redes sociales no están dispuestas a cambiar sus algoritmos y protocolos de seguridad, y las redacciones luchan por desarrollar herramientas adecuadas para resistir los ataques.
La falta de políticas editoriales y de una cultura de la seguridad da lugar a la autocensura y a la retirada de la vida pública y/o profesional. Los problemas de salud mental que no se tratan suelen llevar a comportamientos destructivos, falta de empatía, retraumatización y desconfianza.
La magnitud del problema es tal que necesitamos soluciones extraordinarias lo antes posible. Junto con mi equipo y expertos de distintos países estamos diseñando un programa de salud mental para periodistas y redacciones ucranianas, destinado a ayudarlos a abordar los problemas del estrés prolongado, el agotamiento, los ataques de odio y los traumas. El objetivo es darles herramientas y conocimientos prácticos, a nivel individual, y crear una cultura de la seguridad a nivel organizativo. Esta iniciativa es un salto hacia la democratización del acceso a estándares internacionales en materia de seguridad en salud mental.
¿Qué puede hacerse?
Creo que, como profesionales de los medios de comunicación, debemos desarrollar nuevos hábitos. Tratar los problemas de salud mental no es una responsabilidad personal. Durante una crisis tan grande como esta, a nivel global, se convierte en una necesidad humanitaria. Y puesto que es tan importante, todo el mundo debería recibir la formación adecuada, como hacen los bomberos o los socorristas.
Organizaciones como el Dart Center for Journalism & Trauma, Headlines Network, ACOS Alliance, CPJ, ICFJ, IWMF y muchas otras ya han recorrido un largo camino en la investigación y gestión de la salud mental en el ámbito de los medios. Ahora les toca a los medios tomar los mejores ejemplos de investigación y experiencia, aplicarlos a su trabajo y difundir entre su público estos desafíos y las posibles soluciones. Los grupos de autoayuda, las redes de apoyo entre iguales, la formación y la elevación de los niveles de la cultura de la seguridad ya han mostrado efectos curativos.
No podemos detener el problema, pero podemos contener su efecto. Podemos incluirlo en nuestras listas de tareas pendientes, convertirlos en rutina y, por tanto, normalizarlo.
Este artículo fue publicado originalmente en Journalism.co.uk y se traduce y reproduce en IJNet con permiso.
Katerina Sergatskova es una periodista y editora que trabaja en entornos hostiles. Lleva más de 20 años cubriendo los derechos humanos, conflictos bélicos y el terrorismo en Europa del Este. Al comienzo de la invasión de Ucrania, cofundó la Fundación 2402, una iniciativa sin fines de lucro dedicada a ofrecer a periodistas y activistas equipos esenciales de protección personal y formación en seguridad. Su misión es equipar a las personas con las habilidades necesarias para sobrevivir y protegerse durante este periodo excepcionalmente difícil.
Foto de Olga Subach en Unsplash.