Cuando Rusia comenzó la invasión a gran escala de Ucrania a finales de febrero, la periodista de Newsweek Agnieszka Żądło, de 34 años, quedó en estado de incredulidad, incapaz de concentrarse en nada más que en las noticias sobre la guerra.
Radicada en Varsovia, Polonia, Żądło acortó sus vacaciones para viajar a la frontera del país con Ucrania. Las ciudades fronterizas polacas de Hrubieszów, Korczowa, Medyka, Przemyśl y Ustrzyki Dolne habían reservado todos los alquileres de viviendas para refugiados, por lo que ella y otros periodistas tuvieron que buscar hoteles disponibles y asequibles más lejos.
"El ambiente en la frontera ucraniana era diferente al que vi, hace solo unos meses, en la frontera bielorrusa", dice Żądło, refiriéndose a su reportaje sobre la crisis de refugiados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia el año pasado, cuando las autoridades polacas no fueron tan hospitalarias. "Con la crisis de refugiados de Ucrania no hay censura, ni estado de excepción. La seguridad y la policía fueron compasivas, y ayudan a llevar las pertenencias de las mujeres y a los niños en sus brazos".
Desde que estalló la guerra, más de cuatro millones de ucranianos han huido de su país; 2.5 millones han llegado a Polonia.
Antes de que Żądło partiera hacia Ucrania, Newsweek le dio una formación de seguridad y la equipó con un casco, un chaleco antibalas y un GPS. En su primer día en Lviv, al oeste del país, se puso el chaleco antibalas, a pesar de lo incómodo que resultaba. Al día siguiente, lo cubrió con una chaqueta de invierno. No quería asustar a los desplazados que llegaban en masa desde las profundidades de Ucrania.
"Cuando llegué a Lviv, ya había toque de queda y no había alojamiento; la primera noche no tuve más remedio que dormir en el suelo de la estación de tren", cuenta Żądło. "Había alarmas varias veces al día, pero nadie corría a los refugios, a diferencia de otras partes de Ucrania donde las ciudades estaban siendo bombardeadas".
Żądło ya ha regresado de su viaje de reporteo y ahora se encuentra descansando en Mazury, Polonia. Alejada del conflicto, intenta bajar la adrenalina. Pone Netflix, pero en lugar de una distracción elige "Cómo convertirse en un tirano".
Se conmueve al recordar imágenes y conversaciones que mantuvo con mujeres y niños refugiados unos días antes. Afortunadamente para Żądło, su lugar de trabajo cubre sesiones de psicoterapia.
Piensa en su último viaje, que incluyó ayudar a periodistas de Taiwán a entrar en Ucrania.
"Debía reunirme con periodistas taiwaneses y llevarlos a Lviv. Vinieron a Polonia para cubrir la crisis de los refugiados y querían entrar en Ucrania para escribir sobre la guerra. Yo estaba haciendo los arreglos, como fixer", recuerda. "Pero hubo una explosión en Jaworów, a 25 kilómetros de la frontera polaca. No fui; ya no tenía fuerzas y tenía demasiado miedo".
Su familia es lo más importante para Żądło. Pero es difícil explicar su trabajo a su hijo pequeño.
"Mi hijo tiene 11 años", dice. "Si estoy en la Przemyśl polaca o en la Lviv ucraniana, le da igual; en su mente, estoy en una guerra, y se enoja. Le digo que es un momento crítico en la historia del mundo y que tengo que estar allí; que este trabajo es mi pasión. Pero solo pregunta: "Mamá, ¿y no pueden ir otros?".
Żądło le recomendó a su hijo ser proactivo y ofrecer una mano. "La ayuda humanitaria ayuda a las emociones, así que le indiqué que cocinara unos panqueques y los llevara a la estación central de trenes de Varsovia, donde hay muchos niños ucranianos desplazados a los que les encantan los dulces", explica.
"Los periodistas polacos siempre tratan de ayudar", dice Żądło sobre lo que presenció en la frontera. "Llevan alimentos y medicamentos".
Los periodistas de Taiwán me preguntaron por qué los polacos se apuraron tanto en ayudar. Efectivamente, una de las razones es el miedo a que la guerra también nos toque".
Ayudar — sin actuar como periodista
Kamil Bałuk es un periodista freelance de Varsovia. Tiene 34 años; es redactor, productor de podcasts y autor de libros de no ficción. Es padre de una hija de 3 años y de un hijo de 9 meses.
Cuando Rusia invadió Ucrania, el libro en el que había estado trabajando, sobre los Países Bajos contemporáneos, se sintió intrascendente. Quería hacer algo, pero ¿qué? No habla ruso ni ucraniano, y no está familiarizado con la historia y los problemas de ambos países. A diferencia de muchos polacos que han acogido a refugiados bajo su techo, él no podía ayudar porque su apartamento es pequeño y sus hijos tienen algunos problemas de salud.
Sin embargo, Bałuk tenía tiempo libre y un coche con asientos para niños. Llamó a un grupo de voluntarios, Zasoby, y se apuntó como conductor para llevar a los refugiados que llegaban a la estación de tren a los apartamentos de sus anfitriones. "Las mujeres y niños que llegan prefieren conductoras y, por desgracia, la mayoría de los conductores son hombres. Para reducir su miedo, les enseño una foto con mi mujer y mis hijos en la piscina, donde parezco alegre e inofensivo".
Bałuk empezó a serenarse tras sus dos primeros turnos."Por primera vez en mi vida laboral, no quiero actuar como periodista", dice. "Si los refugiados en mi coche están callados, yo también lo estoy".
Como voluntario, ha sido testigo de los estragos de la guerra. "Una vez pregunté a una madre y a su hija adolescente de dónde venían, y me dijeron que de Kharkiv. Ese día, Kharkiv fue bombardeada intensamente, así que ¿qué preguntar después? Todas las preguntas parecerían estúpidas", pensó. "Era medianoche, y esta mujer dijo de repente que no podía creer que estuviera en Varsovia. En el espejo retrovisor, pude ver que le caían las lágrimas, pero al segundo siguiente puso el gesto de una mujer fuerte y acomodada de una gran ciudad".
Imagen cortesía de Agnieszka Żądło.