Desde afirmaciones infundadas sobre fraude electoral hasta conspiraciones sobre vacunas, un estado de "desorden informativo" ha consumido el ecosistema digital en los últimos años. Este fenómeno, que consiste en desinformación, misinformation y malinformation, puede resultar difícil de comprender, estudiar y combatir para los periodistas.
Claire Wardle, codirectora del Information Futures Lab de la Universidad de Brown, habló sobre desorden informativo en el ámbito de la salud y otros durante una reciente clase magistral organizada por el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ) en el marco de su programa Desarmar la desinformación.
Wardle, que también cofundó el sitio educativo sobre desinformación First Draft, ofreció consejos fundamentales a los periodistas que quieran investigar y combatir el problema.
Desinformación, misinformation y malinformation
Aunque suelen utilizarse indistintamente, estas tres palabras —dos de las cuales no tienen una traducción directa al español—, son componentes distintos del desorden informativo. "Si no acertamos con las categorías no podremos estudiar el fenómeno", advirtió Wardle.
- Misinformation refiere a "compartir contenidos falsos o engañosos porque se cree que ayudarán", afirma Wardle. El ciudadano de a pie es el mayor difusor de misinformation: puede difundir información sin verificarla porque realmente cree que es cierta.
- Malinformation refiere a la información veraz que tiene como intención causar daño. Por ejemplo, un "documental" emitido tras las elecciones estadounidenses de 2020 incluyó videos de procedimientos normales en las urnas de votación de Estados Unidos, que fueron utilizados maliciosamente por los productores de la película para alegar fraude electoral.
- La desinformación se sitúa en la intersección de las anteriores. Se trata de información falsa difundida y compartida con la intención de causar daño. Quienes difunden desinformación lo suelen hacer por motivos políticos, con ánimo de lucro o para generar caos.
Como hay zonas grises entre las categorías, Wardle recomienda que los periodistas evalúen el contenido desde tres perspectivas: la exactitud del contenido, la credibilidad que una persona da al contenido y la intención de una persona de causar daño difundiendo ese contenido. La credibilidad que una persona le da a un relato falso, en particular, puede cambiar la forma en que esa información se difunde y afecta al mundo offline.
"Las personas que asaltaron el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 pensaban que estaban preservando la democracia. Pensaban que estaban salvando la Constitución", dijo Wardle. "Las cosas ya no son tan sencillas como pensábamos en 2016. Las tácticas están evolucionando, el paisaje está evolucionando, y tenemos que ser conscientes de esos cambios en nuestro ecosistema de información".
Los periodistas como cómplices
Los periodistas pueden desempeñar involuntariamente un papel en la difusión de desinformación. Por ejemplo, el equipo de Wardle descubrió que los principales canales de noticias de Estados Unidos, MSNBC, CNN y Fox News, emitieron más de 32 horas de cobertura específicamente en torno a los tuits de Donald Trump, mostrando visualmente 1.954 de ellos en pantalla, entre enero de 2020 y enero de 2021. Con un esfuerzo a menudo insuficiente para desacreditar el contenido, los canales de televisión ayudaron a garantizar que Trump y sus afirmaciones falsas dominaran las narrativas en torno a las elecciones.
Los desinformadores saben que pueden utilizar a los periodistas en su beneficio para conseguir cobertura mediática. "La primera vez que se habló de QAnon en Estados Unidos fue tras un mitin de Trump, al que acudieron seguidores con camisetas y pancartas", explica Wardle. "En 4Chan habían hablado sobre dónde ponerse para poder salir ante cámaras".
Como periodista, es necesario considerar si tu trabajo desempeñará el papel que los agentes de la desinformación quieren y necesitan que desempeñes. Incluso los intentos bienintencionados de desmentir mitos pueden hacer que las conspiraciones y la desinformación se extiendan. Por ejemplo, a principios de este año la FDA publicó un video en el que advertía a la gente de que no cocinara pollo en Nyquil, algo que había circulado en redes sociales. No era especialmente popular, pero después de que la FDA abordara el tema, las búsquedas se dispararon en TikTok.
"¿En qué momento una desinformación es lo bastante preocupante como para intervenir?", dijo Wardle. "Es preciso entender que los desinformadores a veces intentan deliberadamente que desacredites lo que dicen porque quieren que les des publicidad".
"Hay mucho espacio para educar a tu público", afirmó, refiriéndose a actuar antes de esperar a que tu audiencia haya visto algo falso.
Los malos actores se aprovecharán de las tendencias periodísticas para ganar legitimidad para sus conspiraciones. Por eso hay que estar atentos: "¿Cómo se puede informar de forma que no se dé oxígeno a las comunidades de nicho, y que nuestro trabajo acabe siendo una herramienta de reclutamiento?", preguntó Wardle.
Cómo evitar ser utilizado
Hay algunas tácticas que los periodistas pueden emplear para identificar y contrarrestar mejor el desorden informativo. Por ejemplo, es esencial comprender y combatir una narrativa, en lugar de centrarse en actores individuales o rumores.
"Estudiamos este video de YouTube, este post de Facebook, este tweet. Pero tenemos que entender mejor la forma en que esos átomos individuales conforman la manera en que la gente da sentido al mundo", afirma Wardle. "Es más difícil estudiar las narrativas, así que acabamos lidiando con los ejemplos individuales, en lugar de comprender cómo encaja todo".
Contó que su equipo de investigadores clasificó las principales quejas en línea de quienes se oponían a las vacunas COVID-19 en seis narrativas esenciales. El temor a que las vacunas fueran inseguras no era lo más acuciante para la mayoría de la gente. Las violaciones a la libertad encabezaban la lista de preocupaciones de los angloparlantes. Para los hispanohablantes, las narrativas morales y religiosas en torno a la vacuna eran las más frecuentes. A los francófonos les preocupaban más los motivos políticos y económicos.
"Eso es lo que tenemos que entender: ¿cómo respondemos a las formas actuales en que la gente habla sobre las vacunas?", dijo Wardle. "Mucha gente, no solo los desinformadores, están fijados en estas otras formas de pensar".
¿Otra alternativa para luchar contra el desorden informativo? Empezar a hacer memes. "A mucha gente como nosotros —investigadores, periodistas, verificadores, científicos— nos encanta el texto. Nos sentimos incómodos siendo emocionales, personales, visuales, porque no es la forma en que estamos educados", dijo Wardle. "Pero eso es lo que tenemos que mejorar, porque así es como funciona nuestro cerebro. La otra parte lo ha entendido mucho, mucho, mucho mejor que nosotros".
Sin embargo, quizá el mayor dilema resida en el timing. En opinión de Wardle, los periodistas se ocupan demasiado en desacreditar lo que no es cierto, en lugar de llenar los vacíos de información antes de que lo hagan los teóricos de la conspiración. Por ejemplo, si se hubiera informado a la gente de lo que es exactamente el ARNm que forma parte de algunas vacunas contra el COVID-19, los desinformadores nunca habrían podido imponer la narrativa de que las vacunas de ARNm podían cambiar el ADN.
"Los periodistas quieren centrarse en lo loco, lo extraño, lo conspirativo: Bill Gates poniendo microchips en las vacunas. Pero tenemos que pensar en toda la cadena de suministro de información y en el déficit de datos cuando la gente tiene preguntas que no reciben respuesta", instó Wardle.
Desarmar la desinformación es un programa dirigido por el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ) con financiación de la Fundación Scripps Howard, organización afiliada al Fondo Scripps Howard, que apoya los esfuerzos benéficos de The E.W. Scripps Company. El proyecto, de tres años de duración, capacitará a periodistas y estudiantes de periodismo para luchar contra la desinformación.