Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, los gobiernos han gravado con impuestos los bienes que cruzan sus fronteras. Los aranceles —impuestos sobre importaciones o exportaciones— han financiado imperios, protegido industrias nacionales y castigado a rivales extranjeros. Han desencadenado guerras, hundido economías y redefinido alianzas.
Sin embargo, la guerra arancelaria actual entre Estados Unidos y el resto del mundo no encaja del todo en ninguno de los viejos moldes. En lugar de ser una herramienta para fomentar la industria nacional o llenar las arcas gubernamentales, los aranceles se utilizan ahora como armas en una amplia contienda por el poder global y el dominio económico.
"Estamos asistiendo a un vuelco de todo el orden económico y del sistema comercial basado en normas que ha estado en vigor desde 1945", sostiene Robert Blecker, economista de la American University. En cambio, dijo a los estudiantes de Periodismo Económico Global de la Universidad de Tsinghua, se está produciendo "una guerra hobbesiana de todos contra todos", en referencia al filósofo inglés del siglo XVII que escribió que las personas son inherentemente egoístas.
Con Donald Trump —apuntando a China como objetivo principal en su ofensiva arancelaria a gran escala— lo que está en juego es aún mayor y señala hacia una brecha cada vez más profunda que podría remodelar la economía mundial durante décadas. "China debe fracasar, Trump lo sabe", publicó en X el influencer pro-Trump Benny Johnson a sus 3,7 millones de seguidores el 10 de abril. "Esto es más que una simple guerra comercial".
Trump inició su ofensiva comercial tan pronto como asumió el cargo el 20 de enero de 2025, apuntando a sus aliados hemisféricos México y Canadá. El 2 de abril, fecha que él mismo denominó "Día de la Liberación", llevó sus guerras arancelarias a nivel mundial con impuestos masivos a docenas de jurisdicciones, incluidas algunas islas deshabitadas. Tras dar marcha atrás temporalmente luego de una fuerte caída de los mercados bursátiles estadounidenses e internacionales, Trump reanudó su embestida arancelaria a principios de julio con mensajes diarios en las redes sociales dirigidos a los socios comerciales que habían despertado su ira, desde Brasil hasta la Unión Europea, pasando por México y Myanmar. Las razones del voluble presidente iban mucho más allá de las excusas económicas tradicionales para imponer aranceles. Por ejemplo, amenazó a Brasil por procesar a su amigo íntimo Jair Bolsonaro quien organizó un golpe de Estado fallido en un intento de mantener el poder tras perder las elecciones.
Trump cree que sus amenazas convencerán a las naciones de todo el mundo para que sigan los pasos del Reino Unido y Vietnam y negocien acuerdos comerciales en términos favorables para la administración estadounidense. Sin embargo, la mayoría de los economistas, historiadores y expertos en política exterior predicen más caos económico.
"Bajo el liderazgo de Trump, la diplomacia comercial estadounidense ha dejado de ser una herramienta de compromiso para convertirse en un arma de espectáculo", escribió el analista Imran Khalid en The Hill.
Por mucho que las acciones de Trump agraden a sus partidarios en casa, son muchos los analistas no partidistas que consideran que las pasiones desatadas por los aranceles intermitentes del presidente estadounidense —que han aumentado los gravámenes comerciales globales a sus niveles más altos en un siglo — ponen en peligro la estabilidad de la economía mundial.
"La administración Trump está jugando con fuego", ha dicho Joe Brusuelas, economista jefe de RSM.
De la Mesopotamia a McKinley: Una breve historia de los aranceles
Para entender por qué la obsesión arancelaria de Trump es históricamente inusual, primero tenemos que entender cómo evolucionaron los aranceles.
Empecemos por esta anomalía histórica: Trump es el primer dirigente de un Estado que utiliza los aranceles para desestabilizar la economía mundial o crear caos económico como estrategia política. Vayamos a los libros de historia.
Los aranceles —impuestos sobre los bienes importados— han existido desde que las naciones comercian. Los primeros aranceles eran básicamente peajes. En la antigua Mesopotamia, los mercaderes que transportaban mercancías a través de las ciudades-estado pagaban impuestos en las puertas y puertos. La antigua Atenas imponía derechos de aduana a las mercaderías que ingresaban a sus puertos; las ciudades medievales europeas cobraban impuestos a los comerciantes que entraban por las puertas de la ciudad. Los pequeños reinos cobraban impuestos en ríos y puentes, no por estrategia económica, sino porque sus gobernantes necesitaban ingresos.
El mercantilismo, filosofía económica dominante entre los siglos XVI y XVIII, dio a los aranceles una finalidad política. De acuerdo con el pensamiento mercantilista, la riqueza nacional se medía por la acumulación de oro y plata. La exportación de bienes aportaba dinero; la importación lo drenaba. Por ello, se impusieron fuertes aranceles a las importaciones.
Un ejemplo son las Leyes de Navegación británicas del siglo XVII. Para enriquecerse y debilitar a sus rivales, Gran Bretaña exigía que las mercancías importadas a sus colonias llegaran a través de barcos británicos, a menudo con aranceles que desalentaban la compra a competidores extranjeros.
Aranceles: un instrumento de política estadounidense
Los aranceles también fueron clave para el desarrollo económico en los primeros días Estados Unidos. Tras la independencia, Estados Unidos —que carecía de un impuesto sobre la renta— los utilizó como principal fuente de ingresos. Como argumentaba Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro del país, en su "Informe sobre las manufacturas" de 1791, los aranceles podían proteger a la incipiente industria estadounidense de los dominantes fabricantes británicos.
"En los países donde existe una gran riqueza privada, los ingresos públicos pueden derivarse, en un grado considerable, de ella", escribió Hamilton. "Pero en un país donde hay poco capital, los impuestos sobre el consumo [...] son más convenientes".
Los aranceles suelen ser aceptados por los políticos, pero son ampliamente despreciados por los capitalistas del libre mercado. Adam Smith, en su clásico de 1776 "La riqueza de las naciones", escribió que los aranceles fomentan la ineficiencia económica y la complacencia entre las industrias protegidas. Dos siglos después, el Premio Nobel de Economía Milton Friedman se quejaba de que "los aranceles protegen a unos pocos productores a expensas de un número mucho mayor de consumidores".
En las décadas que precedieron a la Guerra Civil estadounidense, los aranceles se convirtieron en un punto álgido del debate político. El llamado "Arancel de las abominaciones" de 1828, que elevó drásticamente los aranceles sobre las materias primas y los productos manufacturados, enfureció a los políticos y las élites empresariales del Sur, que se consideraban víctimas del poder industrial del Norte. Esto desencadenó la Crisis de la nulificación, un enfrentamiento constitucional sobre los derechos de los estados entre Carolina del Sur y el gobierno federal.
La plataforma del Partido Republicano de Abraham Lincoln en 1860 era explícitamente proteccionista, y sostenía que los aranceles "aseguran al trabajador estadounidense la plena recompensa de su industria". Lincoln reflejaba la mentalidad mundial. Los muros arancelarios definieron el comercio del mundo hasta bien entrado el siglo XX. Muchos países utilizaron los aranceles para promover las "industrias nacientes", un concepto formalizado por el economista alemán Friedrich List en la década de 1840. La protección, argumentaba, era necesaria para permitir que las industrias de los países en desarrollo alcanzaran a las economías más avanzadas.
El héroe histórico de Donald Trump, William McKinley, generó una guerra arancelaria en 1890 con su vecino Canadá y con Europa al redactar una ley como congresista de Ohio que elevaba los aranceles al 50% por pedido de los industriales estadounidenses conocidos como "barones ladrones". La consiguiente depresión económica y la reacción política costaron a los republicanos 93 escaños en la Cámara de Representantes y la Casa Blanca en las elecciones de mitad de mandato de 1892. Como presidente cuatro años después, McKinley encontró un nuevo uso para los ingresos arancelarios: financiar una guerra con España que creó un naciente Imperio Americano desde Puerto Rico hasta las Filipinas.
Hacia un comercio más libre
En Estados Unidos, la creación del impuesto sobre la renta en 1913 puso fin a la necesidad de recaudar ingresos mediante aranceles para financiar el gasto del gobierno federal. Pero cuando el mundo fue arrastrado por la Gran Depresión en 1930, el presidente Herbert Hoover promulgó la Ley de Aranceles Smoot-Hawley, que aumentó los aranceles estadounidenses sobre más de 20.000 productos, lo que provocó represalias de otros países y un colapso global del comercio. Se culpó a los aranceles de agravar la depresión mundial y de favorecer el ascenso del fascismo. Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el mundo comenzó a orientarse hacia una reducción de las barreras comerciales.
En el mundo de posguerra, las naciones establecieron un nuevo orden comercial a través del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Firmado en 1947, en las décadas siguientes, a través de sucesivas “rondas” de negociaciones, los aranceles cayeron drásticamente entre los países desarrollados. En Estados Unidos, los aranceles promedio pasaron de alrededor del 20% en la década de 1930 a menos del 5% en la de 1990. A nivel mundial, la tendencia fue similar. El comercio se disparó y la prosperidad —aunque de manera desigual— le siguió.
Este período de liberalización culminó con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, que dio al mundo del primer conjunto integral y aplicable de normas comerciales. Los aranceles tendieron a la baja, el comercio global creció, y la pobreza extrema disminuyó significativamente en todo el mundo. Los beneficios de este nuevo orden mundial fueron amplios, pero también hubo muchos perdedores, especialmente en países ricos como Estados Unidos y en naciones estancadas como Rusia, donde las fábricas cerraron o se trasladaron a otros lugares.
La historia de China encajó perfectamente en esta narrativa, durante un tiempo. Tras décadas de aislamiento, Pekín ingresó en la OMC en 2001, prometiendo reformas a cambio de acceso a los mercados mundiales. Los dirigentes estadounidenses de la época creían que la integración de China en el sistema comercial mundial fomentaría la liberalización política y la vincularía a las normas internacionales. El sistema económico chino se liberalizó, hasta cierto punto, pero no así su sistema político.
Los consumidores estadounidenses se beneficiaron de la afluencia de productos chinos baratos, desde juguetes a tostadoras y paneles solares. Al mismo tiempo, los líderes políticos estadounidenses de ambos partidos acusaron a China de ignorar las normas comerciales internacionales, romper los acuerdos bilaterales para abrir los mercados a los productos y servicios estadounidenses, violar los derechos humanos y robo de propiedad intelectual. China acusó a Estados Unidos de intimidación e injerencia en sus asuntos internos.
El principio del fin de la era de la globalización llegó con la elección de Trump en 2016. Abrió una guerra comercial con China en 2018 al imponer US$350.000 millones de aranceles a los productos chinos. China tomó represalias con gravámenes propios, igualando los aranceles estadounidenses casi dólar por dólar. De repente, dos de las mayores economías del mundo se enzarzaron en una espiral de ojo por ojo que afectó a sectores que van desde la agricultura a la tecnología.
La elección de un presidente demócrata en 2020 hizo poco por cambiar la trayectoria de la desglobalización. Joe Biden mantuvo muchos de los aranceles de Trump y sumó otros nuevos sobre vehículos eléctricos y células solares. Cuando Trump volvió a la presidencia en 2025, declaró que "aranceles" era su palabra favorita. No mentía.
En comparación con las disputas arancelarias del pasado, como el arancel Smoot-Hawley en 1930 o las tensiones entre Estados Unidos y Japón de la década de 1980, la situación actual es mucho más expansiva, está más cargada ideológicamente y más profundamente entrelazada con preocupaciones militares y estratégicas.
En la década de 1930, los aranceles tenían que ver principalmente con el proteccionismo en medio de una depresión mundial. En la década de 1980, las disputas con Japón giraban en torno al acceso a los mercados, con acuerdos negociados como resultado final. Hoy, los aranceles son instrumentos en una lucha por quién controla las tecnologías y las cadenas de suministro del siglo XXI. También son un instrumento contundente utilizado para ejercer el poder por un hombre —Donald Trump— que guarda resentimientos contra naciones por razones personales, económicas, efímeras y tácticas.
El éxito de Trump y la reacción del mundo ante sus amenazas escribirán el próximo capítulo de esta historia.
Este artículo fue elaborado en colaboración con el programa Global Business Journalism de la Universidad de Tsinghua. El programa nace de una asociación entre el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ), la Universidad de Tsinghua y Bloomberg News.
Foto de Andreas Dittberner en Unsplash.