En los últimos años, los procesos políticos y la cohesión social de muchos países se han visto amenazadas por diversas formas de desinformación, a veces engañosa e inadecuadamente llamada como "noticias falsas". Se culpa a la desinformación con fines políticos y de lucro, entre otras cosas, de ser la principal responsable de la decisión del Reino Unido de votar su alejamiento de la Unión Europea y de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.
La desinformación adquiere muchas formas y es impulsada por distintos factores. Estados extranjeros a veces intentan subvertir los procesos políticos de otros países. Hay gente que publica información falsa y fabricada enmascarándola como noticia con el fin de ganar dinero. Los políticos nacionales mienten a su propia gente, y esas mentiras suelen amplificarse por los medios, por activistas hiperpartidarios, o se propagan a lo largo y ancho a través de las redes sociales y otras plataformas.
Estos problemas son serios, y son muchos los que piden a las autoridades públicas que los aborden. La pregunta es cómo. Solo una pequeña porción de lo que encontramos online es claramente demostrable como verdadero o falso, sin ambigüedades, y gran parte de lo que la gente común considera como "noticias falsas" son simplemente formas pobres de periodismo o debate político partidario. En sociedades diversas, donde discrepamos profundamente sobre muchos asuntos importantes, la desinformación es difícil de definir clara y objetivamente. Como resultado, las respuestas gubernamentales son difíciles de guiar con precisión.
83% of Europeans perceive #fakenews to be a problem for democracy.
— European Commission (@EU_Commission) March 12, 2018
The High-Level Expert Group on Fake News and Disinformation presents its policy recommendations and insights today → https://t.co/Gg5nRD837l #tacklefakenews pic.twitter.com/yiifE0fDcg
A pesar de esto, algunos están buscando regular contenidos tratando de prohibir las "noticias falsas". Otros apelan a las fuerzas de seguridad o incluso a servicios militares para combatir la desinformación. Estas son respuestas de "poder duro", basadas en la capacidad del estado de coaccionar y de actuar directamente. También suelen ser respuestas problemáticas, especialmente cuando el objetivo sigue sin estar claro.
La regulación de contenidos que son parte del debate político huele a censura y va en contra de la libertad de expresión. Pedir al poder ejecutivo que establezca cuál es el discurso aceptable entra en tensión directa con el derecho fundamental de los ciudadanos a recibir y difundir información y puntos de vista sin la interferencia de las autoridades públicas. Exigir a las compañías de tecnología que controlen lo que se dice en sus plataformas sin definir claramente cómo se supone que deben hacerlo (y a quiénes pueden apelar los ciudadanos) es simplemente privatizar el problema.
El riesgo, pues, es que la cura sea peor que la enfermedad.
Poder: duro y blando
Afortunadamente, la alternativa a las respuestas “duras” no es no hacer nada. Incluso en los Estados Unidos, pocos creen que el mercado resolverá por sí solo el problema. Claramente, debemos actuar para proteger nuestras sociedades abiertas y los medios de comunicación permisivos y plurales contra aquellos que quieren abusar de ellos y minarlos. La alternativa a las respuestas crudas de poder duro es un enfoque de poder blando.
El término “soft power” o "poder blando" fue acuñado por el estudioso de relaciones internacionales estadounidense Joseph Nye para describir distintos tipos de poder que apuntan a crear una situación en la que diferentes actores cooperan para abordar un problema a través de acciones multilaterales. Está en contraste con formas más antiguas de "poder duro" aplicadas más directamente y a menudo unilateralmente.
En asuntos internacionales, el poder blando está construyendo una coalición para evitar que Irán desarrolle armas nucleares. Aburrido y complejo, sí, pero hasta ahora exitoso. El poder duro es la invasión a Irak: más dramático e inmediatamente gratificante para aquellos que creen firmemente que "se debe hacer algo", pero el daño colateral es mucho más alto y el éxito no es más seguro.
El poder duro obliga a los actores a hacer (o no hacer) cosas específicas. El poder blando los recompensa por una colaboración constructiva. Como ha señalado Nye, en un mundo cada vez más complejo que se caracteriza por una interdependencia cada vez mayor, el poder blando se vuelve más necesario para abordar los problemas más importantes de nuestro tiempo: el cambio climático, la migración y la proliferación nuclear.
"The report from the High-Level Expert Group on #FakeNews will help us put forward a number of tangible options to better address the risks posed by #disinformation spread online". @GabrielMariya
— European Commission (@EU_Commission) March 12, 2018
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Hoy Europa tiene la oportunidad de demostrar que el poder blando también tiene una respuesta efectiva a la desinformación. Tratar de definir y prohibir la "desinformación" sería problemático. Un mejor enfoque es, por lejos, que la Comisión Europea y los Estados miembros de la Unión Europea alienten y apoyen la colaboración entre las diferentes partes interesadas que se enfrentan a diferentes problemas de desinformación. Esto debe partir de un compromiso conjunto con la libertad de expresión y el derecho a recibir y difundir información y puntos de vista diversos.
Trabajar en conjunto
Si las organizaciones de la sociedad civil, los medios informativos, los investigadores y las empresas tecnológicas trabajan juntos, podemos aumentar la resiliencia a la desinformación invirtiendo en alfabetización mediática e informacional, aumentando el suministro de información creíble, entendiendo mejor las amenazas actuales, limitando la diseminación de información dañina online, y ayudando a las personas a encontrar noticias de calidad.
Mientras tanto, el papel de los gobiernos y de instituciones como la Comisión Europea desde una perspectiva de poder blando debería ser alentar y apoyar la colaboración para contrarrestar la desinformación y aumentar la resiliencia, no para tratar de usar el poder duro para tomar medidas enérgicas contra un problema definido pobremente.
Al igual que muchas otras estrategias de poder blando, suena complejo y no genera los titulares que generan las acciones unilaterales, como el compromiso del Congreso de destinar US$120 millones para combatir la propaganda rusa, o las autoridades públicas haciendo su propio fact-checking.
Para que el poder blando contra la desinformación funcione, es fundamental que todas las partes interesadas trabajen efectivamente juntas, y que las autoridades públicas se centren principalmente en recompensar dicha colaboración. Este es precisamente el tipo de enfoque que exige el reciente informe de la Comisión Europea sobre el tema.
Si esto falla, las respuestas más crudas pueden ser las únicas que queden. Esperemos que no.
Rasmus Kleis Nielsen es director de investigación del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo en Oxford y miembro del Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre noticias falsas que produjo el informe de la Comisión Europea. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, aquí.
Este artículo fue publicado en Nieman Lab y es reproducido en IJNet con permiso.
Imagen con licencia CC en Flickr, vía Hamza Butt.