El ecosistema de verificación que surgió con el estallido social preparó a Chile para la "infodemia"

por Consuelo Ferrer
Nov 16, 2020 en Cobertura del coronavirus
plaza baquedano

Cuatro días después de que Chile estallara el 18 de octubre pasado, Fabián Padilla fundó Fast Check CL. Con el miedo y la rabia que sentía la ciudadanía, se viralizaban imágenes de incendios, teorías sobre quiénes los habían provocado e imágenes trucadas. Padilla vislumbró en Instagram una oportunidad y, junto a un grupo independiente de periodistas y colaboradores, se lanzó a verificar información. A más de un año de ese día, el perfil cuenta con 180 mil seguidores y en el país reconoce algo que entonces no existía: un "ecosistema" de fact checking.

"Lo que vimos con el estallido es que fue una oportunidad para que naciera, se consolidara y se consultara el fact-checking", dice la académica de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica de Chile (UC), Ingrid Bachmann. "Estábamos al debe en verificación de datos y muchas de las iniciativas que conocemos actualmente nacieron en ese contexto, donde había necesidades no cubiertas", añade. Junto a Fast Check CL apareció también Mala Espina, Contexto CL, Fake News Report y Decodificador, todas iniciativas que comparten un mismo fin: combatir la desinformación.

"Me parece que no es coincidencia que entre el estallido y el Plebiscito se hayan levantado y fortalecido las plataformas de fact-checking: es un fenómeno ligado a los contextos de crisis e incertidumbre", explica Valentina de Marval, profesora de los cursos "Herramientas de fact checking" en la Universidad Diego Portales y "Desinformación y verificación de datos" en la UC. "Ante la falta de certezas, uno quiere encontrar respuestas, aunque no sean oficiales o reales. Es bastante universal", dice la periodista, que trabaja en AFP Factual, el servicio de fact checking de la agencia para Chile, Perú y Bolivia.

La infodemia

De Marval dice, también, que hay explicaciones más emocionales. "La desinformación funciona muy bien con sesgos cognitivos como convicciones previas, porque refuerza lo que quieres sentir y escuchar. Las emociones, sobre todo la ira, son las que más facilitan que caigamos en la desinformación. También hay un factor educativo y etario, no porque las personas sin estudios superiores o mayores sean tontas o brutas, sino porque han tenido menos acceso a distintas fuentes de información. Es muy fácil que no se diferencie entre un post de Facebook y un artículo académico, porque lo ven como igualmente válido al estar en internet", sostiene.

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En medio de la crisis social y política, el COVID-19 aterrizó y sumó, a la ira acumulada, sentimientos de miedo e incertidumbre. Con ellos, como pasó en todo el planeta, la desinformación comenzó a esparcirse con rapidez. "Es increíble la cantidad de contenido que circula sobre falsos remedios o curas que no han sido probados, y no podemos esperar que todo el mundo sepa la diferencia entre un ensayo preliminar y un estudio crítico. Eso, en la pandemia, explotó, y creo que se expandió mucho más rápido que el virus mismo. Ya hay académicos que empezaron a hablar una infodemia", dice.

Por una coincidencia estratégica o un poco de buena suerte, el panorama de verificación en el país ya no estaba tan atrasado. "Lo bueno es que en Chile ya habían medios que estaban iniciándose o sofisticándose con el fact checking", apunta de Marval. "Eso nos ayudó a entrenar un poco la técnica y a estar más preparados para esta explosión de desinformación que ha habido por el virus".

"Creo que claramente nos preparó mucho mejor, aunque quizás 'preparar' no es tanto la palabra. Es más que nos agarró en la misma ola", dice Padilla. "Veníamos verificando información a toda máquina desde octubre, con un ritmo de trabajo duro, y cuando se nos vino el coronavirus no paramos. Nos sirvió mucho para poder enfrentarlo, porque ahora el mundo entero se subió a esta alianza por combatir la desinformación. Encontramos más partners, más recursos y más plataformas", dice.

Nuevas herramientas informativas

Además de las iniciativas que se dedican a hacer verificación de datos, hay otra entidad en Chile que ayuda a combatir la desinformación: LaBot, una robot que nació en 2017, antes de las elecciones presidenciales, de la mano de tres periodistas: Francisca Skoknic, Andrea Insunza y Paula Molina. Al año siguiente, el proyecto ganó el Premio Periodismo de Excelencia en la categoría Periodismo Digital.

"Todos estamos gran parte del día en conversaciones en sistemas de mensajería y muchas veces se difunde información que no es correcta o que es falsa, y tú la crees. Hay una cosa de proximidad que vuelve más verosímil los mensajes que te llegan, porque vienen de alguien que conoces", explica Skoknic, también directora de la Escuela de Periodismo de la U. Diego Portales.

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LaBot no buscaba verificar información falsa, sino explicar de manera simple y amigable —a través de imitar una conversación con otro interlocutor en plataformas de mensajería— contenidos que pudieran ser complicados, como normas electorales y leyes de financiamiento. Hoy el proyecto ha crecido y dio origen también a Labot Chequea, que enseña a los usuarios a reconocer información falsa.

"Han surgido muchas iniciativas de fact-checking y es súper bueno, pero está estudiado lo limitado que es eso: la desinformación se mueve muchísimo más rápido que la verificación de datos errados. Es una contienda bastante desigual. Nuestra idea es que, además de eso, las personas puedan aprender ellos mismos a tener una mirada crítica de la información que reciben y herramientas para ellos mismos chequearla", cuenta Skoknic.

LaBot enseña a verificar si un video existe desde antes, si fue trucado o qué hacer al recibir un mensaje de Whatsapp del cual se desconoce la veracidad. La gente, en redes sociales, la saluda y la felicita por el contenido que da a conocer. "Siempre tan clarita para explicar temas complejos y de interés públicos", le dicen. "Gracias por el desayuno informativo".


Imagen con licencia Creative Commons en Unsplash, vía Ignacio Amenábar