El coste emocional de hacer periodismo en Venezuela sin Internet

21 juin 2021 dans Temas especializados
sss

Ese día, se esfumó la luz. También el Internet. A oscuras y desconectada, María Fernanda Rodríguez tuvo que ingeniárselas para reportear la muerte de un estudiante de 21 años durante unas protestas en Mérida, una ciudad al occidente de Venezuela que presenta fallas en el servicio eléctrico desde marzo de 2016. En medio de un apagón que duró más de 10 horas, la corresponsal se vio obligada a enviar la información a Caracas por mensajes de textos, los cuales escribió a toda velocidad antes de que la pila de su teléfono sucumbiera y quedara aislada.

“Cada vez que ocurre un apagón, siento que se me va la luz interna”, comentó María Rodríguez, quien labora como corresponsal de El Pitazo y del Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS). “Y si, de paso, me quedo sin gas, colapso. Me cuesta mucho concentrarme para hacer una nota en esas circunstancias, porque estoy pensando cómo solucionar la comida. Eso afecta mi rendimiento y la calidad de mi trabajo. Me hace sentir cansada, abrumada. Pero sientes que tampoco puedes quejarte, porque hay otros que la están pasando peor que tú”.

El relato de Rodríguez es reflejo de cómo se hace periodismo en un país con fallas en los servicios públicos y con el segundo Internet más lento del mundo, según el ranking publicado en el informe Digital 2021 de la empresa Hootsuite. De acuerdo con el reporte, la velocidad media de bajada del Internet móvil en Venezuela es de apenas 7,48 megabytes por segundo (Mbps), cuando el promedio mundial se ubica en 42,1 Mbps. Con esas condiciones, los periodistas venezolanos hacen esfuerzos por mantener informada a la población en un contexto de crisis sanitaria, mientras van sorteando la censura oficial que a la fecha ha cerrado más de 115 medios.

La llegada de la pandemia solo ha servido para empeorar las cosas. Hasta entonces, muchos periodistas solventaban los problemas de conectividad aprovechando la infraestructura de las salas de redacción. Pero al verse obligados a trabajar desde casa, quedaron aislados por falta de Internet. Los datos del Observatorio Venezolano de los Servicios Públicos sirven para ilustrar esta realidad: al menos seis de cada 10 hogares en Venezuela no cuenta con este servicio y la mitad de quienes gozan de este “privilegio” padecen fallas a diarios en la navegación, según su último informe con fecha de enero de 2021.

Erick Lezama lo vive en carne propia. El editor de la Vida de Nos no tiene línea telefónica en casa desde hace más de 10 años, por una falla que la empresa pública nunca resolvió. Pero ello no suponía mayor problema para él, porque siempre trabajaba en la oficina. Incluso, tenía acceso los fines de semanas en caso de ser necesario. Hasta que llegó la pandemia y todo cambió. “Ha sido desesperante”, dijo sin tapujos.  “Ser editor es llevarle el pulso a varias publicaciones al mismo tiempo y sin Internet ha sido terrible”.

Cuenta que, al principio, resolvió con su teléfono móvil. Pero en la medida que la emergencia sanitaria se fue prolongando, terminó por improvisar una oficina en casa de su madrina. “Allí me iba todas las mañanas a escribir. Estuve tranquilo por un tiempo, hasta que en febrero le cortaron el servicio. ¡Horrible! No sabíamos qué pasaba. Tuvimos que conseguir un técnico y pagarle en dólares para reponer el Internet, pero ahora está más inestable que nunca. Así que decidí trabajar con mi teléfono”.

El uso de datos móviles le consume a Lezama alrededor de 40 dólares mensuales, lo que equivale a 10% de su sueldo por un Internet que solo le sirve para lo básico. “Yo solía revisar todas las mañanas los portales de noticia para mantenerme actualizado y tomar ideas para otros trabajos. Tuve que olvidarme de hacerlo por el tema de la conexión. Dejé de ver Netflix o Youtube. Uso nada más Whatsapp para estar comunicado y Twitter para al menos estar enterado de lo que pasa en el país”.

[Lee más: Cómo enfrentar la falta de información sobre la pandemia en regimenes autoritarios]

Blindarse contra la desconexión

“¿Se les cayó la señal de la Asamblea Nacional (…) a todos o solo a mí?” escribió en su cuenta de Twitter la periodista Florantonia Singer. “Ahora se fue la luz”, publicó minutos después. Así, entre mensaje y mensaje, la corresponsal del diario El País en Venezuela construye un registro sobre la agonía que supone informar en condiciones adversas. “Me frustra. Me exaspera”, comentó. “Ya no es solo el tema del Internet, es también el mal servicio de las operadoras de teléfono. A veces me quedó sin señal y no puedo ver ni los mensajes de mi jefe”.

Ella ha buscado blindarse por todos los medios para no quedar desconectada, sobre todo después de que en marzo de 2019 se quedó sin señal de teléfono, a raíz del apagón que dejó al país sin luz por más cinco días continuos. “Antes de la pandemia, ya había invertido en un servicio de Internet satelital. Aparte, tengo un bam de Digitel y otro de Movistar, que me implicó un gasto de al menos 300 dólares. En mi día a día, voy alternando entre eso y los datos de mi celular. Aún así, ha habido veces que me ha tocado enviar notas por Whatsapp”.

[Lee más: Cubrir la carga en medio de una crisis política: la doble carga de los periodistas nicaragüenses]

 

Hacer periodismo en el interior del país resulta aún más complicado, porque las deficiencias de los servicios tienen vieja data. De ahí que Rodríguez se vio obligada a equipar su casa con un Power House, que funciona con batería de carro y le brinda energía entre 8 o 10 horas. Aparte, invirtió en cinco equipos UPS (uninterruptible power supply, por sus siglas en inglés) para sobrevivir frente a los apagones y las fluctuaciones constantes de voltaje. La idea de instalar una planta eléctrica la descartó, porque funcionan con gasolina y las colas en su estado para surtir combustible son de dos o tres días.

De una u otra manera, los periodistas venezolanos han aprendido a resolver para seguir haciéndole contrapeso al gobierno de Nicolás Maduro con buen periodismo. Sin embargo, vencer tanta adversidad para cumplir con el deber de informar les ha acarreado un desgaste en su salud mental demasiado alto. “Ya no se trata de un tema operativo, sino también emocional”, confiesa Rodríguez. “En Venezuela, todo es una carrera de obstáculos”, agrega Florantonia. “Si no es una cosa, es otra. Y esas son goticas de frustración que te tomas a diario”.


Imagen con licencia Creative Commons en Unsplash, vía Fernando Gago