Hace pocos días el mundo entero siguió y se conmovió con el desenlace de la historia de los mineros. 33 personas- 32 chilenos y un boliviano- entraron como humildes trabajadores a una mina a hacer sus labores, pero un derrumbe los enterró vivos. Ahí quedaron, encerrados durante 69 días, expuestos a un drama de proporciones. Como hito histórico único que fue, cientos de periodistas de diversos países del mundo poblaron la pequeña localidad cercana a Copiapó para cubrir su rescate, convirtiendo este caso en la emisión más vista de la historia de la televisión. En total, y por distintos medios, se calcula que mil millones de espectadores vieron el feliz final.
12 de octubre 2010, 10:20 pm, hora chilena. Fuimos espectadores de los pequeños retrasos, de las revisiones y de la afinación de detalles. 11:20 pm, vimos el emocionante momento en que el socorrista Manuel González subió a la cápsula Fénix y bajó a la mina por primera vez. La conmoción reinante en el Campamento Esperanza se percibía a través de la pantalla. 17 minutos más tarde, fuimos espectadores de cómo los 33 esperaban ansiosos la llegada del rescatista y de esa anhelada cápsula que los sacaría definitivamente de ahí. Vibramos, celebramos y “vivimos” junto a ellos sus últimos segundos de encierro.
Fue una evento televisivo diferente. Aparentemente, el propio Presidente de Chile, Sebastián Piñera, empujó esta notable iniciativa: todo podría ser transmitido en vivo, incluso lo que ocurría dentro de la mina. Gracias a eso, como en pocos momentos de la historia, fuimos testigos en tiempo real de lo que pasó en cada rincón y tuvimos el privilegio de vibrar y emocionarnos con imágenes sin editar.
La apertura que tuvieron las autoridades para entregar la información es un evento digno de destacar. Pero ahora el acceso a la información depende de lo que quiera comunicar cada minero ¿Cómo entonces, debe comportarse la prensa?
Hoy sus palabras valen oro. Tras su liberación, las cifras que se manejaban eran las siguientes: 40 mil dólares ofrecía un canal alemán por una entrevista; 50 mil dólares le estarían pagando a Víctor Segovia, quien escribió los detalles del encierro, por sus páginas; 14 mil dólares costaría una foto de Ariel Ticona con su hija nacida durante el accidente. ¿Cómo compatibilizar el interés público con la privacidad de los mineros? ¿No sería bueno darles un espacio para procesar el suceso?
Hace pocos días cuatro mineros fueron invitados a un programa de televisión español. El rating de Gran Hermano, programa de la competencia, superó la historia de los chilenos. Al día siguiente, un diario tituló que Antena 3 "volvió a enterrar a los mineros", aludiendo a las bajas cifras. Tal vez es momento de que la prensa busque otras formas diferentes, creativas, para cubrir lo ocurrido y darles algo de una merecida tranquilidad.