Los periodistas que abandonaron la profesión para cuidar su salud mental

Nov 22, 2024 в Temas especializados
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En los últimos meses, por primera vez en el Perú, una decena de periodistas de diferentes medios de comunicación, especialidades, edades y regiones se animaron a hablar. Ellos y ellas narran cómo las condiciones actuales de la profesión provocan problemas de estrés, ansiedad y depresión; un tema poco comentado en el gremio periodístico local.

Por dicho motivo, cada vez son más los periodistas peruanos que deciden priorizar su bienestar emocional y mental; además de mejores condiciones laborales. Sin embargo, muchas veces, esta decisión significa abandonar el ejercicio del periodismo.

En esta cuarta y última entrega de una serie de reportajes sobre salud mental de los y las periodistas en Perú*, tres ex reporteros cuentan bajo seudónimos qué los motivó a dejar la que alguna vez fue la profesión de sus sueños.

“Amor al oficio”: justificar la precariedad

Las historias de Hugo, Milagros y Esther** ejemplifican tres problemas que suelen ser comunes en los medios peruanos: horarios excesivos y bajos sueldos, ausencia de oportunidades de crecimiento profesional y malos tratos en las redacciones.

En el caso de Milagros, por ejemplo, ella trabajó casi una década en dos de los medios impresos más importantes del periodismo económico local, y “en todos más de ocho horas”. Sus jornadas en la redacción podían alcanzar las 12 horas, pero las horas extras no eran remuneradas, contrario a lo estipulado en la legislación.

Milagros recuerda que incluso una vez quiso postular a un tercer medio y un conocido periodista de investigación le dijo que trabajaban hasta las tres o cuatro de la mañana, porque el periodismo es amor al oficio. “Obviamente rechacé la oferta”, dice Milagros, “porque ‘el amor al oficio’ es un discurso que se presta a muchas cosas negativas”.

Pero esto se repite en muchos medios periodísticos. “No puedes explotar tu cuerpo de esa manera, es una bomba de tiempo porque no es sostenible”, agrega Milagros.

Debido a estos horarios, la gastritis es frecuente entre periodistas. Le pasó a Milagros, por ejemplo. “También tenía insomnio cuando estaba muy tensa”, cuenta.

Las horas extra además impactaban en el tiempo que dedicaba a su familia y amigos, así como para acudir a un centro de apoyo psicológico. “Trabajando hasta las 10 u 11 de la noche, ¿en qué espacio iba a ir a terapia?”, dice Milagros.

“No tenía más posibilidades de crecer”

Hugo dedicó la mayor parte de sus tres años en el periodismo a la televisión. Al igual que Milagros, trabajaba más horas de las estipuladas en su contrato y no recibía paga adicional. Incluso amanecía en la oficina durante los fines de semana. “No había lugares para descansar apropiadamente, pero todo el mundo lo hacía, estaba bastante normalizado”, explica.

A pesar de las horas dedicadas, se chocó con la realidad: “no tenía más posibilidades de crecer”. Hugo quería salir a la calle como reportero de televisión, pero solo se lo permitieron una vez. Para él, en base a su experiencia y la de sus compañeros, no hay meritocracia en el medio periodístico.

“Llegaba gente de afuera a tomar el lugar de gente más preparada”, cuenta Hugo. “El director de informaciones, por ejemplo, poniendo como conductor a su mejor amigo o al hijo de su mejor amigo; entonces, ¿cómo es posible salir adelante?”, agrega.

El esfuerzo —que no le aseguraba un futuro cierto en la profesión— le pasó factura: como periodista Hugo subió hasta 20 kilos. “Estaba todo el día comiendo basura, el ritmo de vida del periodista es bien sedentario”, explica.

Una escena que lo marcó ocurrió un domingo, a las 6 de la mañana, cuando salía de su casa para regresar a la oficina, luego de dormir solo dos horas. En la puerta se cruzó con su papá, quien le dijo: eso no es vida.

“Me acuerdo porque me sentí mal”, dice, “y él tenía razón: también me molestaría que exploten a mi hijo por un sueldo de miércoles… peor si mi hijo cree que está bien”.

“Nadie debería pasar por esto”

Esther también se dedicó a la televisión, alrededor de 10 años. Fue reportera en más de un programa de alto rating local.

Lo que más recuerda, sin embargo, son los malos tratos. Un jefe le dijo, por ejemplo, que “nunca iba a crecer en el periodismo” porque no quiso aceptar más horas de trabajo sin un aumento de sueldo; otro le envió su carta de despido cuando estaba internada en el hospital luego de una operación.

¿Cómo es posible que tengas otras cosas que hacer que no sean tu trabajo?, era el mantra común de los jefes en las redacciones por las que pasó Esther. “Esto ocasiona un sentimiento de culpa terrible cuando te enfermas”, cuenta.

Y el estrés del trabajo le ocasionaba problemas de salud. Los dolores por la migraña, recuerda Esther, llegaron a ser discapacitantes. “Lloraba tres veces al día, tenía ataques de pánico verdaderos”, dice. “Nadie debería pasar por esto”, agrega.

En este contexto, además, era muy difícil quejarse. “Eso te hacía débil y si eras mujer, peor”, señala Esther. El alzar la voz para exigir mejores condiciones, coinciden Hugo y Milagros, solo te expone a “invitaciones” a renunciar y te afecta a la hora de buscar otros trabajos porque quedas estigmatizado como conflictivo o problemático.

Peor aún: esta cultura periodística dificulta denunciar incluso casos de acoso. “En uno de los medios que trabajé había un verdadero acosador; yo lo mandé a volar porque tenía una ventaja: no era mi superior”, recuerda Esther. “Pero las chicas que dependían de él para ser ascendidas jamás iban a denunciarlo”, reconoce.

La vida después de las redacciones

Eventualmente, Milagros, Hugo y Esther decidieron priorizar su estabilidad económica, su bienestar emocional y su salud física: los tres abandonaron el periodismo. Dos de ellos trabajan en relaciones públicas, uno en el cuerpo diplomático.

“Si una empresa te dice que vas a dejar de trabajar 60 horas a la semana y vas a ganar cuatro veces más que como periodista, ni lo piensas”, dice Hugo. “Al final me fui por el presupuesto y por la calidad de vida”, señala.

“Siento que he encontrado un equilibrio en mi vida, en mi trabajo, en mi familia y en mi misma que no me gustaría soltar”, coincide Milagros. Aunque para ella no fue fácil: en algún momento tuvo que enfrentar el miedo de dejar el periodismo. “Ese miedo se fue cuando empecé a ver que había otras alternativas”, dice.

Igual ocurre con Esther: “entro a las 9 de la mañana y, salvo un problema grave, me voy a las 6 de la tarde; mis compañeros me ayudan, mi trabajo es valorado”.

Ninguno tiene intenciones de retornar al periodismo, al menos en el futuro próximo. Sin embargo, esperan que las cosas cambien en los medios de comunicación.

Así lo explica Milagros: “si los medios no van a cuidar a su personal porque creen que es lo correcto, al menos que lo hagan porque les conviene; no puedes esperar un buen artículo de alguien que cubre las labores de otras tres personas que has despedido, no puedes esperar la misma calidad de alguien que ya está muy cansado”.


Imagen de Lisa Fotios en Pexels. 

*Los nombres de los tres entrevistados fueron cambiados para preservar sus identidades.

**Este reportaje es parte de un especial sobre la salud mental de los periodistas en Perú. La serie fue realizada con el apoyo del medio peruano La Encerrona y en el marco de la beca Rosalynn Carter para Periodismo en Salud Mental, de la Universidad de la Sabana de Colombia y el Carter Center de los Estados Unidos.