Cuando la historia personal de los periodistas juega un papel importante a la hora de cubrir temas migratorios

Jul 8, 2021 in Temas especializados
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Moussa Al Jammatt solo sabía decir “hola” y “gracias” cuando llegó a España en mayo de 2019. El periodista sirio de 29 años venía de huir de su país por presiones del régimen de Bashar al-Assad, que no estaba conforme con su empeño de mostrar el impacto de los bombardeos sobre la población civil y buscaba la manera de silenciarlo.

“No quería salir de mi país, dejar a mi familia y a mi tierra”, cuenta desde Madrid. “No tenía opción. En Siria, me esperaba la cárcel o la muerte”. 

Ser periodista no estaba en sus planes. Incluso, había comenzado a estudiar informática. Pero la guerra llevó a Al Jammatt a convertirse en un autodidacta, porque cada vez había menos comunicadores de profesión dispuestos a contar lo que ocurría desde el terreno.

“Sentí que era mi obligación mostrar lo que estaba pasando en mi país”, comenta. “Hice varios cursos y comencé a hacer videos con el móvil. Trabajé como freelance para varios medios locales y revistas. Aprendí de periodismo haciendo periodismo de guerra”.

Ahora, Al Jammatt, su esposa y su hijo de 10 meses viven en España, al igual que otros 20.000 sirios que escogieron ese punto de Europa como refugio. Un país con el que no comparten su idioma, su religión ni sus costumbres, lo que supone múltiples tropiezos para que esa comunidad logre su integración.

Vivir eso en carne propia impulsó a Al Jammatt –y a otros cuatro periodistas sirios– a crear Baynana, un medio pensado para los migrantes y refugiados árabes en España. “Con Baynana , encontramos la manera de ayudar, porque no es fácil resolver temas como el padrón y la sanidad, entre otros. Aparte, buscamos cambiar la imagen negativa. Queremos que dejen de victimizarnos y que nos vean como personas que tienen trabajo, negocios… Algo que es necesario mostrar, porque falta mucha información”.

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Extranjeros, sí. Migrantes, no

Esa sensibilidad que siente Al Jammatt hacia los problemas que afronta su comunidad se la da su misma condición de migrante. Se trata de una conexión que comparten muchos periodistas extranjeros. Es el caso de Eileen Truax, mexicana con más de 16 años viviendo en Estados Unidos, quien asegura tener un acercamiento distinto a la hora de abordar la movilidad humana, porque se siente partícipe de esa experiencia.

“Yo comencé a cubrir migración cuando migré”, dice Truax. “Si no hubiera migrado, quizás nunca me hubiera inclinado por ese tema. El hecho de ser parte de esa experiencia hace que tengas una sensibilidad diferente. Te conecta y hace que el trabajo fluya mejor, porque te ayuda a acceder a espacios y a ciertas personas solo por el hecho de hablar su mismo idioma”.

Ese sentir que trae consigo el desarraigo lo comparte Lorena Arroyo, periodista española que ha vivido los últimos 14 años entre Estados Unidos y México. Ella asegura que el hecho de ser extranjera le permite identificarse mejor con la comunidad migrante, sentir empatía y admiración por quienes dejan su país. Incluso, revive en ellos su propia nostalgia, por no ser de aquí ni de allá.

Sin embargo, Arroyo reconoce que no puede definirse como migrante, porque su experiencia no se compara con la que viven aquellos que a diario intentan llegar a Estados Unidos o a otro territorio más seguro. “Yo soy una privilegiada”, admite. “Por eso, no me defino abiertamente como migrante, porque no he tenido esos problemas ni he pasado por lo mismo”, agrega.

Patricia Sulbarán, periodista venezolana radicada en Estados Unidos desde 2015, también reconoce que no es lo mismo comenzar de cero en otro país con visa de trabajo a llegar sin nada. Esa diferencia la ha llevado a reflexionar sobre la necesidad de dejar de etiquetar como migrantes a todos los que salen de su lugar de origen y hablar de ellos como si fueran iguales. A su juicio, los medios deberían hacer un esfuerzo por desmitificar a esta población y abandonar narrativas tan homogéneas. 

“Todos convivimos y nos categorizamos como uno solo, cuando no somos iguales”, comenta. “No podemos asumir que una población de casi 60 millones de personas en Estados Unidos tiene los mismos valores, estatus socieconómicos… Hay que hacer un trabajo importante para derrumbar esas preconcepciones sobre quiénes somos”, sugiere.

De ahí que considera necesario que los medios tengan redacciones diversas, para no perder la complejidad del tejido social de países como Estados Unidos. “Nuestras redacciones tienen que representar nuestras realidades. Mientras tengamos periodistas diversos, tendremos más posibilidades de que las historias sean bien contadas”, afirma.

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La realidad y la frustración

Pero cubrir migración tiene un lado que nadie cuenta: la emocionalidad. Un hecho que obliga a muchos periodistas a poner distancia. Sulbarán lo vivió durante un viaje a Arizona, donde le tocó estar en un centro de testeo de COVID-19, al que acudían migrantes a solicitar asilo. “En un momento, se me acercó una señora llamada Rosario a pedirme ayuda, pues pensó que yo era parte del personal médico”, cuenta. “Apenas escuché su acento, me quebré. No pude evitar pensar en mi familia”.

Luego de sobreponerse, Sulbarán pudo entrevistarla en el refugio y allí le explicó que le había recordado a una de sus tías que vive en Venezuela. Rosario se conectó con ella y le contó su historia con lujo de detalles. Dos semanas después, la periodista se enteró que la señora había muerto de COVID-19. “Aquel día, mi jefa me asignó una nota sobre migración y tuve que pedirle que la hiciera otro. Por salud mental, me protegí”.

Truax también ha tenido que ver mucho durante casi 20 años que lleva cubriendo migración, frente a lo cual no ha podido ser indiferente. “Más de una vez me he quebrado por rabia, porque hay historias muy duras que son solo una muestra de una realidad más compleja”, comenta la periodista mexicana, quien ha escrito tres libros sobre movilidad humana. “También me he quebrado de alegría. Pero mi emoción más frecuente es la inspiración, por ver cómo pueden sobreponerse y crear redes. No son historias de sobreviviencia, sino de resiliencia y solidaridad”, agrega.

Lo cierto es que enfrentarse a la cobertura migratoria y entender su complejidad puede llegar a generar frustración en los periodistas, por sentir que, por mucho que se escriba sobre el tema, nada mejora. “Me pasó durante un viaje que hice en 2019 al Río Grande, donde vi pasar a familias con niños, con bebés en brazos. Era la imagen de Centroamérica huyendo”, recuerda Arroyo. “No paré de llorar en todo el vuelo de regreso. Lo mismo me ocurrió con la imagen de la anciana venezolana que cruzó en brazos el Río Bravo. Hice la nota con lágrimas en los ojos, mientras pensaba cuántas veces vamos a escribir esto y nada cambia. Es muy frustrante”.

Truax dice que se ha avanzado poco en términos legislativos. Sin embargo, reconoce que sí ha habido avances en la representación civil y en la cobertura por parte de algunos los medios. “Ahora tenemos una narrativa alternativa, que sí representa una imagen más cercana de la migración. Ya se sabe que no se puede llamar ilegal al migrante, que se debe proteger el rostro de los niños o la identidad de los más vulnerables. Son procesos lentos y ello puede ser frustrante, pero siento que hay esperanza en las nuevas generaciones”.

Pero tristemente existen otros problemas que no parecen cambiar. “El racismo y el odio es la mayor dificultad”, dice Al Jammatt. “Lo afrontas al buscar piso, al aplicar a un trabajo, al registrarte en sanidad”, agrega. Lo más lamentable es que esa discriminación contra los extranjeros se puede llegar a sentir, incluso, en espacios que deberían ser seguros para los periodistas, como sus propias redacciones. “La batalla más dura a veces la afrontas dentro de tu medio, donde deberían tenderte una mano para impulsarte”, reflexiona Truax. “Muchas veces toca esforzarse el doble por ser latina. Y eso sí que duele”.

Nota: Puedes apoyar con un donativo a los periodistas de Baynana, para que sigan haciendo periodismo para la población migrante.


Imagen con licencia Creative Commons en Unsplash, vía Andrew Schultz.